domingo, 26 de enero de 2014

Los mudos hablan, los sordos oyen - Marcos 7:31-37

Pastora Belkis Fernández

Jesús sano a un hombre incapacitado para oír y hablar bien 

Jesús vino a desatar al oprimido, a libertar al cautivo y sanar al  enfermo. No  importa dónde te encuentres en el planeta tierra, este milagro ocurrió en una comunidad pagana.  Jesús es sensible ante el sufrimiento, enfermedad, soledad u cualquier adversidad. No busca avergonzar a nadie, ni ser el centro, ni mucho menos llamar la atención ante tantos milagros que hizo. En este caso Jesús, llamó  aparte  al sordomudo y lo sanó en privado.  ¿Por qué lo llamaría aparte?  ¿Habría burladores en la multitud?  ¿Qué hizo Jesús?

    1. Le toca los oídos con sus dedos y se lo abre
    2. Le toca su lengua y le desata su lengua
    3. Le dice: Effata,  que en arameo significa “Ábrete”

Continua Jesús haciendo su obra y nos dice ábrete a mí, saca lo que hay en tu corazón  para que seas sano. Traigamos a Jesús al necesitado y dejemos que el Espíritu Santo toque sus vidas.  Jesús con discreción y con humildad  resuelve  lo que tú y yo no podemos resolver.  Jesús empleó  su inteligencia espiritual, sabía que no convenía que los líderes religiosos se enteraran, ni tampoco la multitud, porque tenía su plan de ir a la cruz.  Sin mucho alarde, Jesús sanó  a este sordomudo.

Hoy existen muchos niños, jóvenes y hasta adultos sordos y mudos; no entienden la importancia de ponerse a cuenta con Dios. Espiritualmente están discapacitados, no les importa el consejo ni  la reprensión, estos  priorizan lo vano, lo irracional; el mundo de lo sensacional  y de las emociones, el mundo de lo que se ve con los ojos. Digamos a estos, “ábrete a Jesús”, deja que su toque restaure la relación con tu creador y con el que tiene la habitación de tus días determinados aquí en la tierra.


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