domingo, 10 de noviembre de 2013

Sed Santos como Dios es Santo - I Pedro 1:14-21

Pastora Belkis Fernández

¿Será que para muchos la santidad ya no existe? ¿Santos y con labios impuros? ¿Santos y apreciamos lo que Dios desprecia? O ¿despreciamos personas que Dios aprecia? ¿Nos llamamos santos teniendo rencores acumulados? ¿…y  hasta en algunos casos hipocresía?

Dios no puede ser burlado, El escudriña nuestras actitudes diarias, y observa si todavía hay entre nosotros enemistades, rencores, maldad en el corazón, o cosas que a Dios no le agradan. ¿Te consideras que eres el único o la única que vive en santidad? Dios desea un pueblo que le imite y no que vivamos como un ermitaño, donde los demás no me interesan, y donde mis lentes solo ven los defectos de los otros, o solo aprecio la forma en que percibo las cosas. El ser santo es ser como Jesús y seguir sus pisadas y apreciar su redención. 

El ser santo, es estar apartado del mal y consagrarse para Dios, no se compra con dinero, oro y plata sino mediante la sangre preciosa de Jesús.  El ser santo te brinda la bendición de tener un fiel padre, amigo y tendrás la oportunidad de la vida eterna. ¿Creemos que somos santos y todavía no somos capaces de procurar la paz con el que nos agravió? ¿Aun te llamas santo y no soportas las debilidades del más débil en el hogar o en la familia de la fe?

Si eres un nuevo creyente o una persona con muchos años de haber conocido a Jesús; aún hay tiempo para ser imitadores del carácter de Cristo y buscar la santidad mediante el arrepentimiento.   El apóstol Pedro desea que no retornemos a  prácticas pecaminosas, así como Moisés habló  al pueblo  para que no volvieran  a los ídolos. Levítico 19: 2. El  plan es el mismo de ser hijos obedientes y  santos en toda nuestra conducta.  El fundamento es Cristo. Él es el único que pudo cumplir con los requisitos del cordero de la pascua (Éxodo 12:1). Cristo derramó su sangre preciosa la cual nos limpia de todos nuestros pecados. Siendo nosotros transformados y santos, entonces podemos llevar a otros a ser transformados y santos por medio de Cristo. 

Un consejo práctico es que en vez de concentrarnos en ejercer nuestros dones, concentrémonos mejor en imitar a Jesús en su humanidad y su relación con el Padre Celestial. La santidad conviene a tu casa. (Salmo 93:5).


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