domingo, 5 de enero de 2014

La obediencia a Dios - Deuteronomio 6:5-9


Pastora Belkis Fernández

Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas … Deuteronomio 6:5-7. Estas fueron instrucciones del Señor para que Moisés la transmitiera al pueblo.

Entremos al 2014, obedeciendo y amando a Dios: entonces el Reino de Dios estará en y con nosotros. ¿Estamos transmitiéndoles a nuestros hijos y amigos el amor a Dios o nuestra apatía espiritual y egocentrismo?

Amor y obediencia van juntos y no es a la fuerza, ni para quedar bien con alguien, sino porque Dios nos amo primero. El que tenga oído espiritual, oiga. En el presente hay muchos que ya no tienen oídos, sino que solo predomina lo visual, el homo videns, lo que Sartari llama, una sociedad donde lo visual se encarga de enseñar. Emplear el método repetitivo, escuchar, leer y mucho menos meditar esta en peligro. El enemigo toma ventajas, ya que cuesta implementar al amar a Dios, enseñando y viviendo principios espirituales de valores eternos. ¿Qué hacemos ante tanto cerebros trastornados por el pecado de la adicción cibernética? Hay que ser genuinos maestros del amor de Dios, si queremos recoger los frutos de la obediencia.

Hay recompensas para el hijo que obedece a su padre biológico, para el trabajador que escucha el consejo apropiado, para el estudiante que presta atención, para la congregación que vive y promueve el establecimiento de Cristo y anuncia al mensaje de amor y esperanza. Escucha, ama y enseña la Escritura diligentemente, no solo en un pulpito o buscando tus intereses sino con estilo de vida Cristo céntrico. Enseña con tu ejemplo, enseña a repetir, a memorizar y a vivir como Jesús vivió. En Deuteronomio 28, encontramos las bendiciones del que decide amar de verdad y obedecer a Dios: y la maldiciones del que desobedece. Si no obedecemos, entonces la ira de Dios se revelara contra toda impiedad e injusticia de los hombres (Romanos 1:18). 


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